#EligeTuPerspectiva
Cielos de invierno, auroras boreales, silencios nocturnos, sonidos forestales..., la música de Kaija Saariaho (Helsinki, 1952) está íntimamente conectada con el universo. A pesar de ser residente a París desde el 1982, la compositora finlandesa siente un vínculo profundo con la naturaleza. Un hecho consustancial con el hecho de haber nacido y crecido en un país escandinavo donde culturalmente los habitantes tienen una relación más directa, hasta cierto punto primitiva. Es natural, pues, que la música de Saariaho lleve incluida a su ADN esta característica indisociable.
Después de los estudios en Helsinki y Friburgo, vive afincada en París a raíz de su formación en el Instituto de Investigación y Coordinación de Acústica y Música (IRCAM), fundado por Pierre Boulez. Allí investiga y experimenta con la electrónica, que utiliza fundamentalmente para conseguir los efectos acústicos que el espacio sonoro de las salas de conciertos no le ofrecen.
Su relación con la ciudad de Barcelona viene de lejos, como también su admiración por la obra arquitectónica de Antoni Gaudí y el modernismo, capaz de transformar en elementos arquitectónicos las formas de la naturaleza, hecho que también encontramos en el Palau de la Música Catalana de Lluís Domènech i Montaner. En cierta manera, la música de Kaija Saariaho busca conseguir efectos similares. El carácter, algo a lo que ella da una importancia mayúscula, es fácilmente reconocible a su obra, todo y la condición abstracta de su música. Mediante la tímbrica y los efectos acústicos, Saariaho consigue abrir una inmensa paleta de colores que estalla como el olor de un perfume a la primera impresión olfativa.
El encanto de su música recae en la capacidad de evocar una sensualidad profundamente atractiva gracias a esta conexión con la naturaleza y a la vez una frialdad escandinava, la propia de un país, Finlandia, donde la oscuridad y la nieve son tan presentes durante una buena parte del año. En definitiva, el contraste, algo inherente a la climatología escandinava, es también uno de los encantos de una música que presentamos al Palau en una diversidad de propuestas y formatos que van desde la música coral a la sinfónica, de cámara y la ópera, con una nueva producción de su creación Only the sound remains. Una ópera de cámara muy adecuada a las dimensiones del particular jardín de piedra que es el Palau de la Música Catalana.
Comprometida con el desarrollo de nuevas formas de creación musical y el apoyo a las nuevas generaciones de creadores, Kaija Saariaho cree que “mientras continúe habiendo pasión por la música, a pesar de la tecnología, esta no desaparecerá”. En una temporada con múltiples perspectivas y pasiones, solo nos queda añadir que incluso en la noche más oscura del invierno escandinavo “solo el sonido permanece”...
Marc Timón (Castelló d'Empúries, 1980) pertenece a la generación de quienes nacieron y crecieron en la época dorada en qué George Lucas creó la primera trilogía de La guerra de las galaxias (Star Wars) con música de John Williams.
Formado en periodismo en la Universidad Autónoma de Barcelona y composición en la Escuela Superior de Música de Cataluña, las raíces ampurdanesas lo hicieron estimar y cultivar la música para copla, llegando a ser tible solista de la Cobla Sant Jordi Ciutat de Barcelona. En su primera juventud destacó como compositor de sardanas hasta ser considerado un renovador y rejuvenecedor de la música con más denominador de origen catalán.
La pasión por la música y el cine lo llevaron a atravesar el Atlántico ya hace cinco años con el objetivo de encontrar su lugar como compositor de bandas sonoras de películas. Vive en Los Angeles desde el 2015 y desde entonces consolida cada vez más la carrera de compositor dentro del difícil mundo de Hollywood. Ganador del Premio Jerry Goldsmith en seis ocasiones, las bandas sonoras de Marc Timón son una compilación de lo bueno y mejor de la larga tradición de composición para el Séptimo Arte gracias a su envidiable dominio del repertorio musical clásico y la capacidad de posarlo al servicio de los requerimientos expresivos del siglo XXI.
La versatilidad y la heterogeneidad de su abundante catálogo nos remite en el ámbito del cine a grandes nombres, como los de Erich Wolfgang Korngold, Miklós Rózsa, Bernard Herrmann, John Williams y Hans Zimmer, mientras que en el ámbito de la sardana recuerdan Juli Garreta, Eduard Toldrà, Joaquim Serra, Joan Lamote de Grignon y Joan Albert Amargós. Y así, en una fusión única de estilos totalmente desacomplejados, Marc Timón es capaz de modernizar la copla, escribir una obra homenajeando Maurice Ravel basándose en un tema de un programa de radio o escribir un poema épico para toda la familia del Orfeó Català que desde el estreno hace dos ediciones en el Concierto de San Esteve, ha acontecido el colofón ideal. Por todos estos motivos y para el devenir fecundo que se le divisa, Marc Timón es compositor invitado del Palau de la Música Catalana esta temporada.
Alba G. Corral (Madrid, 1977) confiesa que tardó mucho tiempo a considerarse artista. La precariedad demasiada asociada a las artes digitales y el hecho añadido de ser mujer, la hacían dos vueltas rebelde. Después de quince años instalada en Barcelona y de ser considerada un referente internacional en su disciplina, esta condición ya no la discute nadie. Por la envergadura de su trabajo y por un posicionamiento casi político de su condición de creadora.
El Palau invita una programadora de código, de software generativo, una activista del arte que conoce el pulso del underground experimental barcelonés de la última década. Desde salas ya extinguidas como el Zentraus Club de la Rambla del Rabal, espacios de vanguardia como el Hangar o centros de creación multimedia como el Niu del Poblenou. Este es el ecosistema de una artista que ya ha pasado por festivales imprescindibles, com Sónar, Eufònic , L.E.V. o Mutek. Una poética visual que se ha podido ver en diferentes continentes con formatos que van de la instalación al full dome. El verano pasado inauguraba el Festival Grec con el mítico Kronos Quartet o en un nuevo hito como creadora y performer.
Pero... ¿qué hace Alba G. Corral? Pintar paisajes digitales que dialogan con la música que acompaña. Exhibiciones visuales a gran escala creadas a partir de la programación de un código algorítmico –comportamientos preestablecidos– que la visualista conduce en directo. Un imaginario de una riqueza cromática agobiante y esbozos que se ramifican creando figuras improbables. En definitiva, y cumpliendo la profecía de Kandinski: luz, forma, movimiento, color y espacio que son música visual.
Composición y programación. Organicidad natural y tecnificación urbana. Matemática y arte. Binomios que Alba G. Corral ha posado al servicio, principalmente, de música electrónica y electroacústica, y que el Palau invita a imaginar con el lenguaje de la clásica en algunos de sus conciertos y actividades. Una estética que no solo empapa la imagen gráfica de la temporada, sino que se plantea el reto de multiplicar la gran razón de ser de nuestra sala: ofrecer experiencias en vivo que se graben en la memoria.
Pasos de pequeños mamíferos en el tejado. Criaturas arrancadas como cebollas. Mujeres que narran su propia muerte entre risas irreverentes. Curvas de caminos que se aprenden como canciones.
No hay pasa literaria de Irene Solà (Malla, Osona, 1990) que no vaya acompañada de un aplauso. El poemario Bèstia (Premio Amadeu Oller 2012), la novela Els dics (premio Documenta 2017) y Canto jo i la muntanya balla (premi Llibres Anagrama 2019) configuran un viaje exuberante y celebrador de cuerpos, espíritus, naturaleza, capas, relatos y voces.
Solà nos convoca alrededor del fuego para celebrar el arte de explicar historias. Cómo se construyen, desde donde se explican, a quien pertenecen, como toman forma. Invadiendo, con el potencial de la imaginación y las palabras, la mirada y la voz de personas, animales, fenómenos naturales, acontecimientos históricos, setas, espectros o mujeres de agua.
Licenciada en bellas artes, Solà forja su voz recitando poesía y clavándola con clavos a las paredes de la Facultad. También explora la instalación, el videoarte y las artes plásticas, evitando cualquier categoría envasada al vacío y posando el texto en el centro de su producción. Obras exhibidas en el CCCB, Whitechapel Gallery y Jerwood Arts Centre de Londres, y al Bòlit de Gerona, entre otros espacios y festivales de arte y poesía. Una biografía cultivada a caballo del cosmopolitismo londinense desde dónde ha publicado las primeras obras y la comarca de Osona donde hunde sus raíces.
Su residencia en nuestra casa centenaria permitirá desvelar las miradas e historias que laten, las nuevas perspectivas de las cuales pueden nacer nuevos relatos. Todo un reto, todo un juego que se desgranará en diferentes proyectos. El Palau ofrece su memoria como barómetro de la cultura y la magia propia de una caja de música. El peso de la historia y la ingravidez de las emociones dichas y calladas. Los ecos de sabiduría ancestral y el pulso vibrante del presente. El Palau imaginado históricamente como escenario, como templo, como monumento... que también puede acontecer bosque, taller, archivo, dormitorio... ¿Cuántos Palacios existen? ¿Cuántos podemos vivir? ¿Cuántos refuerzan su imaginario, cuántos lo desafían, cuántos lo hacen huidizo y cuántos lo hacen eterno?
Cuando Irene Solà canta... ¡el Palau baila!
“Ser capaz de ver de otro modo, es aprender a mirar lo que no está previsto y comprender de otra forma lo que vemos y escuchamos”
Cuando Pere Portabella (Figueres, 1927) expresaba esta idea a su discurso de investidura como doctor honoris causa por la UAB (2009), se desprendían dos de las principales ideas que han guiado su trayectoria. Por un lado, la “creación de la diferencia”: transitar las fronteras, los umbrales de conflicto, las voces y las verdades que compiten. Por otro lado, la interdisciplinariedad y contaminación mágica de la imagen con otras artes. En ambos casos se trata de un creador imprescindible que conecta con el hilo conductor que trabaja el Palau esta temporada: la perspectiva.
Cineasta europeo imprescindible, uno de los decanos de la filmografía en el Estado, Portabella es un baúl abierto de tesoros y de sabiduría artística. Cómplice de Joan Brossa, Antoni Tàpies, Joan Miró, Antonio Saura, Josep Maria Metres Quadreny o Carles Santos, entre otros, compartió energías vanguardistas que corrían en paralelo con su compromiso e implicación directa en política.
Con Films 59, mítica productora que el 2020 celebra el sexagésimo cumpleaños del estreno de su primera película, Portabella ha logrado hitos notables, como hacer posible Viridiana de Luis Buñuel. Y ya como director, algunos de sus títulos son material ineludible de filmoteca: La cena, Informe general, Puente de Varsovia con imágenes del mismo Palau..., una filmografía con más de unas veinte referencias que algunos de los principales centros de arte del mundo han saludado o adquirido para sus fondos, muestras y retrospectivas: la Documenta 11 de Kassel, el Pompidou de París, el MoMA de Nueva York, el Reina Sofía de Madrid y el MACBA, entre otros museos y festivales de cine (Canes, Venecia, Gijón, Róterdam...).
Como casa de música, la suya es una carrera que nos interpela especialmente con El silencio antes de Bach. Un hechizo alrededor del compositor y su obra. Un Bach invocado por un piano que ha mecanizado las Goldberg, que sublima los sentidos y emociones de quienes la interpreta, que invita a la disciplina del aprendizaje, que es frágil dentro de su eternidad. Un monumento musical... en manos de un cineasta.
Ideas que se instalan a las pantallas y las mentes: a través de imagen, música o silencio.